Análisis: World of Warcraft: Wrath of the Lich King (parte III)

El área de comienzo de los Death Knights es excelente, con misiones llenas de significado para la trama, aunque lamentablemente, tras terminar de «exprimir» esta zona (allá por el nivel 58), somos arrojados sin más ceremonia a Orgrimmar.

Sin siquiera una guía respecto de qué debemos hacer de aquí en más, no nos quedará otra opción que «levelear» diez niveles realizando en las Outlands viejas misiones basadas en contenido de The Burning Crusade, antes de alcanzar el nivel 68 y poder acceder a Northrend.

Cabe destacar que es algo más difícil aún teniendo en cuenta que muchas de ellas requieren de la ayuda de otros jugadores para poder realizarse, y que la inmensa mayoría de jugadores de nivel alto han dejado sus sitios de andanzas habituales para mudarse a Northrend.

A diferencia de lo que se pudiera imaginar en un principio, el nuevo continente no es un yermo desolado de tonos predominantemente blancos. Muy por el contrario, el mismo posee zonas geográficas completamente diferenciadas, y no solo es mayor a Kalimdor, Azeroth y las Outlands, sino que además, es el continente más vistoso de todos.

Por amplio margen, Northrend esta lleno de bellísimas locaciones, y con centenares de nuevas misiones para realizar, las cuales proponen nuevas mecánicas, como el cambio de fase, que nos permite visualizar nuestro entorno de forma diferente al resto de los jugadores, «viendo cosas que ellos no ven», y alterando de forma permanente el mismo, para nosotros y aquellos que han completado esa misión, mientras quienes no lo han hecho siguen viéndolo en su forma original.

Por otra parte, muchas de estas misiones cuentan con el bonus de realizar los objetivos propuestos al comando de una montura o vehículo, incluidos mamuts, aeroplanos, un gigante, mechas y dragones, entre otros. Algo sencillamente genial.

 

(Continuará).

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